sábado, 23 de junio de 2012

Gracias


Se abría el telón y nadie quería perdérselo. Una jornada que debía apellidarse con algo más que con suerte. Once tipos y la confianza  encomendada en sus piernas. Miles y miles destilando el destello de dos colores al aguardo de que alguno haga algo por ellos. Porque hace tiempo que necesita algo más que suerte. Porque está herido. Porque lo golpearon. Porque lo apalearon para agrietarlo sin misericordia alguna.  Pero están ahí. Aún los veo. Son millones disimulados en once. Dispuestos a embutir aquellas grietas concibiendo que se saborea la gloria.  Porque sí, para nosotros era la gloria.

Permanecen ahí. Eran todos o ninguno. Once tipos contra otros once y otros tantos otros colgados de nuestros reveses esperando vernos aventados sobre el césped. El eternamente odiado mortal del silbato arroja el estreno del cotejo y  aunque su apogeo resulte imperecedero ocurre que para el hincha  se detiene el tiempo. Porque no consigue hacer otra cosa más que  reconstruir cada minuto con el mismo fulgor con el que vivió el precedente. Porque esta ahí. Asombrosamente detenido sin permitirse turbarse, sin tiempo ni oportunidad alguna de alcanzar la razón. Porque no hace más que sentir.  Porque sufre y porque esa hermosa pesadumbre le acalambra el estómago, le rescinde las uñas,   le vigoriza la efusión. Porque tiene la fantasía de creer saber resolver lo que uno de esos once no está pudiendo. Porque comete la ridiculez de gritarles teniendo la consciente certeza que no será escuchado.  Porque al gritarle sus miserias, se está gritando a él mismo. Porque sueña con poder alguna vez corvetear esa pelota, con esos tipos, en ese césped.


Debíamos demostrárselo a ellos. Necesitábamos demostrárnoslo a nosotros. Seguían ahí. Pareciera como si ahora  el tiempo se detuvo para y ante ellos.  Gambetean sin  entenderse ni encontrar la manera de llegar a donde quieren ir.  Están desorientados, despilfarrados, como si el hincha les hubiese regalado la fantasía de reconstruir los minutos.

Y en un relámpago aparece el tipo que ofrece el milagro  Sacude a la pelota y la despierta. Sospecha que ahora  es él el dueño del minuto que todos los hinchan querrán reconstruir. Levanta la cabeza, patea y en un segundo que desfila prolongado confirma su recelo.  La pelota comete la brillantez de estallar sobre la red y cuando aún  todavía no se dignó a acariciar el césped, el  milagroso  alarido del sin número del almas comienza a saborear la gloria. Prodigiosa es la cuantía de conmociones que resucitan en esa única palabra. 

Pero habría más. El tipo iba a agrandarse. Estaba dispuesto a volver a cometer semejante divinidad. Y en otro descomunal  relámpago nos devolvió el jadeo.  Porque extrañamente para nosotros, los golpeados y arruinados  todo iba saliendo bien. Los hasta entonces colgados de nuestros reveses se descuidaron y se cayeron del pedestal. 
Nuestra la gloria,  con ella este tipo y con él inmensidades de gracias.  El que tuvo la agudeza de hacer lo que los diez restantes codiciaban. El que nos hizo gritar dos veces esa palabra que despliega agraciado cuantío de conmociones para demostrar que somos muchos, que somos fuertes, que somos grandes.

Seguían ahí. Ya no eran once tipos contra otros once. Eran nuestros once. En realidad eran diez y este tipo. Porque sería inoportuno no reverenciarlos a todos. Porque sería indigno no suministrarle mis gracias. Porque éstas gracias son gracias por todo. Por la cosecha de ayer y los minutos de hoy. Por despertar a  esa pelota y obligarla a que se estampe contra la red. Por devolvernos la gloria y la oportunidad de entender que jamás nadie debió permitir nuestra ausencia en aquél lugar. 

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