El puño cerrado. La fuerza se opaca por la presión sanguínea y el color de la piel se vuelve algo rojizo. Sus falanges sobresalían como huella en cemento, mientras por su parte sus venas jugaban a hacer laberintos.
La energía viajó hasta allí y se instaló sin pedir permiso alguno. La mente correteaba sin dejar que la reina paz sea protagonista. El cuerpo transpiraba y hasta quieto sintió estar atado a la adrenalina y al bullicio.
Quizá dolor, quizá bronca, quizá desazón. Ella lo sentía así, lo vivía así.
En un momento y vaya a saber por qué, decidió pensar aunque lo logró con esfuerzo. El pensamiento resultó un calambre para su cabeza y una de esas tormentas de verano la envolvió en un núcleo vacio.

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