El puño cerrado. La fuerza se opaca por la presión sanguínea y el color de la piel se vuelve algo rojizo. Sus falanges sobresalían como huella en cemento, mientras por su parte sus venas jugaban a hacer laberintos.
La energía viajó hasta allí y se instaló sin pedir permiso alguno. La mente correteaba sin dejar que la reina paz sea protagonista. El cuerpo transpiraba y hasta quieto sintió estar atado a la adrenalina y al bullicio.
Quizá dolor, quizá bronca, quizá desazón. Ella lo sentía así, lo vivía así.
En un momento y vaya a saber por qué, decidió pensar aunque lo logró con esfuerzo. El pensamiento resultó un calambre para su cabeza y una de esas tormentas de verano la envolvió en un núcleo vacio.
El puño seguía cerrado. La mente competía a ser el mejor postor mientras la estructura somática se resistía a la idea de no darle revancha. La discordia era tal que hasta sintió ver el brillo en sus ojos e imaginó que una sumisa lágrima rozaba su mejilla. Alucinó, quizá si, quizá no. Pero pensó, y al hacerlo no obtuvo opción más que dejar junto a la orilla aquel simulacro consciente que en ella despertó temor. Quizá dolor, quizá bronca, quizá desazón. Ella lo sentía así, y ahora, lo querría así.